Tremola en la danza de tus labios,
amargo rictus que aprendió el ritual de todos los adioses.
Somos puertos enturbiados de partidas.
Un nemoroso suspiro, desgaja
la vacuidad de los agónicos rayos del sol,
que nunca más han de brillar en tus ojos.
Somos puentes rotos de ciudades aisladas para siempre.
Tu voz suena como la quietud de un lago en plenilunio,
pero el eco restalla en el acantilado,
si me visto de espuma de recuerdos.
La clepsidra deseca la esperanza tardía
en anónima lágrima.