La tristeza del agua


El cielo me mira con sus ojos azules,

a lo lejos, un pez –inocente de él- ignora el hambre de una gaviota

en ese mismo instante

un hombre desconoce el hambre del poeta.


La fuente olvida de repente la tristeza del agua,

que tras el sobresalto inicial, recobra la apatía

de su naturaleza sempiterna y su forma variable.


Unas gotas salpican,

el compás de sus saltos me repite tu nombre,

sus endebles deditos acarician mi rostro,

mi tristeza y la suya te miran

engarzadas en el alféizar de mis ojos.


No hay lugar para el llanto

-del agua o del poeta-

porque a nadie le importa.

La bañista





Ella tiene la piel traslúcida, por donde sus menudas venas asoman su sangre azul, a pesar de que se pasa los días bajo la inclemencia del sol esperando que su marinero naufrague en la orilla de su boca, mientras le hace con amoroso afán barquitos de papel.


Lo espera hace tanto tiempo que parece que el mar y ella se han fundido en los rizos de su pelo, donde un extraño helecho ha empezado a crecer, verde y rumoroso, como el remanso de los ojos de su amado.


En las líneas de sus manos traza cartas de navegación que solamente él podría descifrar, el resto del mundo les llama poemas; en fin, en ambos casos mi poca imaginación, seguro, me promete que la única utilidad que tendrían es la de traerlo de vuelta a ella.


Tiene la voz como el canto de la brisa, que ha aprendido a imitar con graciosa armonía, en sus lascivos labios de botón de rosa, donde parece asomarse un rocío perlado, como un collar de aljófar que reluce con diáfano esplendor tras los primeros rayos de la aurora.


Sus piececillos poseen una elegancia innata cuando se deslizan persiguiendo el vaivén de las olas, ya huyendo de ellas, ya pillándolas de nuevo, ya retozando en la espuma, o confundiéndose con un pez.


Sus pestañas alargadas y densas, parecen un laberinto que sólo Teseo estaría dispuesto a atravesar si no fuera por el tesoro que velan, aunque de todas formas, quien no se perdiera en ellas, acabaría por perderse en sus ojos, azul profundo, como si el mar hubiera cedido a su capricho de sentirse único en extensión e intensidad cuando ella mira.


Hace poco más de un año que ella no lo ve, pero en las cuentas del amor, lo mismo son seis segundos que seis siglos, una cuadra que dos océanos; la distancia y el tiempo se hacen infinitos siempre que nos separen de ese ser. Sin embargo, ella espera con la paciencia de Penélope a que Caronte traiga de regreso a su salvador, y juntos conviertan sus ahora pesadillas en hermosos sueños de un verano inacabable y compongan por fin el poema de amor más bonito jamás oído.


Bueno, pero a lo que iba, los narradores no se vuelven de pronto protagonistas, ni si quiera en los cuentos como éste - de mar y sol - ¿no es así?


Le dices tuya a esa ciudad distante



Las ramas de tu ciudad trenzan esquejes

para abrazar tu sombra que vaga entre sus parques,

se enredan en tus venas y han escrito en sus hojas

historias que yo ya no conozco.


En las calles de tu ciudad vacías de mis pasos,

donde el invierno sopla la gracia de la nieve

-fría y frágil-

hay días en los que se deshiela tu corazón

y LaTe

hasta que el alud de la tristeza te recubre

y de nuevo te marchas.


Aquí sólo hay escombros, ruinas

y pieles agrietadas por el tiempo,

aquí crujen las hojarascas secas del amor del desierto,

en ésta, mi ciudad de arena adormecida,

que a veces -cuando regresas tú-

recobra vida.

Ya no me ama


Una luz trasverbera la palabra

con tinta transparente

-sí, la de las lágrimas-


El mundo es un tiovivo que se resiste a parar

a veces quisiera salir disparada de él por la fuerza centrífuga

pero la gravedad me juega una mala pasada.


Entendí de repente que hasta la tristeza tiene su lugar,

y está ahí,

entre sus ojos y la empolvada ventana que nos quedamos mirando

y que nunca se abrió.


La única cosa que duele más que saber que su ‘Te amo’ es mentira,

es tener la certeza de que su ‘Ya no te amo’ es verdad.

Y tener que amarlo, y odiar amarlo

o simplemente amarlo.


Es entonces cuando la esperanza se convierte en aspereza,

cuando mi poético se vuelve patético,

cuando la gravedad jala para su lado

y tomo conciencia de que esa ventana nunca se abrirá.


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